Doraemon y el confucianismo
- Jose Knecht
- 4 sept 2017
- 3 Min. de lectura
No han sido pocas las afrentas que la genial serie de animación ha tenido que afrontar. Las acusaciones -airadas por la ira y la superstición- atestiguan pobreza y decadencia moral, como si recostado sobre un lecho de ignorancia confundieran sus pies con las figuras que perturban sus amargos sueños. Estas intrigas son un claro manifiesto de la corrupción que ha sufrido la figura de Confucio a lo largo de las últimas décadas, el monopolio de un pensamiento único que ha hecho mella en tan abierta tradición, desproveyendola de extremidades para moverse con la total libertad de una enseñanza capaz de trascender los límites de la civilización -al igual que hicieron con el morboso y equívoco rumor del final de la serie-.

Si nos remontamos al inicio de la historia, el primer capítulo de Doraemon nos advierte bien del medio de locomoción que constituirá la cotidianeidad y el desarrollo normal de la obra. En este, Doraemon y el tataranieto de Nobita se presentan en el presente con intención de dejar a su gato-robot como encargado de ayudar a su antepasado, motivado por una situación económicamente perniciosa que este último les legaría a los suyos en el futuro: “gracias a tus deudas tus descendientes han vivido siempre en la pobreza extrema”. Estamos ante un giro espacio-temporal, facilitado por la normalización del género de ciencia ficción en el espacio televisivo infantil, de lo que en el confucianismo comúnmente se conoce como culto a los antepasados; una vitalidad histórica de legado de caracteres propios de la sociedad moderna, en los que prima el análisis racio-instrumental (intercausal por su metodología) por encima del moral, más premoderno, pero no por ello desprovisto de la influencia (alegórica) de este primero.
Sentado esta base sobre la metafísica de la serie, la cual, como vemos obedece a ciertos rasgos generales del género de la ciencia-ficción, podemos aducir que dicha intención es en parte perlocutiva y sólo necesaria para cultivar una relación causal entre nuestros dos protagonistas. Doraemon es una deidad protectora proveniente de la voluntad de un antepasado posterior, lo cual, en un prisma del eterno retorno -doctrina que Confucio no declararía, pero que se aduce claramente a partir de la misma praxis de la finalidad teleológica del cuidado del núcleo familiar-, se nos hace compatible en términos espacio-temporales que cubre la serie.
Así pues, a efectos prácticos y reformadores Doraemon es un ente que como poiesis tiene la finalidad de arrojar al espectador un entramado semiótico de intencionalidad formalizadora y educadora en los valores universales del confucianismo. En cuanto a Nobita, la falta de reconocimiento de los errores aprendidos en el pasado no es más que un intrincado mecanismo conductual para marcar el carácter universal y necesario de las doctrinas confucianas puestas en manifiesto en la serie.
Si son pruebas las que hace falta para denostar la infatigable persecución de los ideales sublimes del maestro en Doraemon recurriré a algunas de las máximas del confucianismo, tan explícitas que no veo necesidad de explicación para lectores tan entregados:
«El hombre, aun el más débil, puede hacer alguna cosa buena: si no es capaz de ciencia, tal vez lo sea de virtud».
«No dejéis nunca sin recompensa una buena acción, aunque os parezca dudosa».
«Gratísima curiosidad la de ver a un sabio: se le admira y no se aprovechan sus lecciones».
Otro ejemplo donde podemos entender la extensión de la materia del confucianismo en la serie es a través del empleo regular de lo que en las sagradas enseñanzas se conocía como la rectificación de los nombres, es decir, la obligatoriedad de dársele un significante único a cada término. Esta aplicación podemos apreciarla en la clara totalidad de los capítulos de Doraemon cuando el gato cósmico hace referencia a cada objeto que extrae de su bolsillo con un nombre inventado, tales como “gorrocóptero”, el “arotunel” o siempre infalible “paraguas del amor”. Esta asignación nominal no admite sinonimia, tal como obligan las escrituras confucianas.
Esta adaptación confuciana a la realidad epistemológica moderna abastece al espectador de un claro propósito, un espíritu renovador en el que la sustancia del maestro, lejos de disiparse, se enriquece en un halo multicolor, atravesando las barreras culturales y abriéndose camino de manera sincrética por la extensa red mediática. ¡La instauración del confucianismo global es posible sólo con Doraemon!
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